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Arquitecturas en papel / La pared desafiaba la imaginación, la atraía y la derrotaba.

«El vehículo saltó hacia delante, justo por en medio del círculo luminoso, y Arthur tuvo súbitamente una idea bastante clara de lo que era el infinito. En realidad, no era el infinito. El infinito tiene un aspecto plano y sin interés. Si se mira al cielo nocturno, se atisba el infinito: la distancia es incomprensible y, por tanto, carece de sentido. La cámara en que emergió el aerodeslizador era cualquier cosa menos infinita; sólo era extraordinariamente grande, tanto que daba una impresión mucho más aproximada de infinito que el mismo infinito.

Arthur percibió que sus sentidos giraban y danzaban al viajar a la inmensa velocidad que, según sabía, alcanzaba el areodeslizador; ascendían lentamente por el aire dejando tras ellos la puerta por la que habían pasado como un alfilerazo en el débil resplandor de la pared.

La pared.

© Ana Asensio Rodríguez
© Ana Asensio Rodríguez

La pared desafiaba la imaginación, la atraía y la derrotaba. Era tan pasmosamente larga y alta, que su cima, fondo y costados se desvanecían más allá del alcance de la vista: sólo la impresión de vértigo que daba era capaz de matar a un hombre. Parecía absolutamente plana. Se hubiera necesitado el equipo de medición láser más perfecto para descubrir que, a medida que subía, hasta el infinito al parecer, a medida que caía vertiginosamente, y a medida que se extendía a cada lado, se iba haciendo curva. Volvía a encontrarse a sí misma a trece segundos-luz. En otras palabras, la pared formaba la parte interior de una esfera hueca con un diámetro de unos cuatro millones y medio de kilómetros y anegada de una luz increíble.

—Bienvenido —dijo Slartibarfast mientras la manchita diminuta que formaba el aerodeslizador, que ahora viajaba a tres veces la velocidad del sonido, avanzaba de manera imperceptible en el espacio sobrecogedor—, bienvenido a la planta de nuestra fábrica.»

Fragmento: ‘Guía del  autoestopista galáctico’, de Douglas Adams (1979) / Fotografía: Ana Asensio Rodríguez

Editorial