Arquitecturas en papel / Como si todo el barrio fuera suyo
«Nada más cruzar a la acera de enfrente me encontré con la casa de estilo occidental de la que tanto había oído hablar. Dominaba el cruce, como si todo el barrio fuera suyo. Pensaba que el dueño de semejante mansión tendría el mismo aspecto pretencioso que la casa. Traspasé la verja del jardín y contemplé el edificio. Para ser sincero, la construcción no tenía ningún mérito, en realidad. Parecía hecha para impresionar, más que nada. Supongo que a esto es a lo que se refería Meitei cuando hablaba de la mediocre naturaleza de su propietaria.
Me oculté tras unos setos, tomé nota de la entrada situada a la derecha y pronto encontré el camino a la cocina. Como era de esperar, la cocina era grande, al menos diez veces más grande que la de la casa del maestro. Cada cosa estaba perfectamente colocada en su sitio, limpia y brillante, hasta tal punto que en conjunto no desmerecería a la cocina del conde Okuma, descrita recientemente en un artículo del periódico titulado «La Cocina Modelo». «Esto sí que es un modelo de cocina», me dije a mí mismo mientras me deslizaba por la encimera con mis patas llenas de barro. […]
Las patas de los gatos parece como si no existieran. Allá donde pisan, no hacen nunca el más mínimo ruido. Los gatos caminamos como si lo hiciéramos por el aire, como si pisáramos encima de las nubes, tan silenciosamente como una piedra que se hunde en el agua, como una antigua arpa china tocada en lo profundo de una cueva. El caminar de los gatos es la realización instintiva de todo lo más delicado. En lo que a mí me concierne, esa vulgar casa de estilo occidental, simplemente no existía. […] Yo voy donde quiero y escucho lo que me parece oportuno escuchar. Luego saco la lengua y refresco mi cola y vuelvo a casa tranquilamente con mis bigotes orgullosamente erguidos.»
Fragmento de ‘Soy un gato’, de Natsume Sōseki (1905) / Fotografía: Ana Asensio Rodríguez